Tal vez lo más complejo de vernos reflejados en los espejos del tiempo es percatarnos de nuestra absoluta irrelevancia.
Nuestra duración –es decir, ese lapso de tiempo que la nada ha conferido a nuestra propia existencia- es minúscula en comparación con las montañas, los ríos y los mares. Y aún así, es más escasa todavía en comparación con entidades cósmicas. Nebulosas, cuerpos celestes y artilugios de dimensiones abismales cuya naturaleza no logramos siquiera imaginar…
Nosotros, este polvo estelar destinado a conocer una pobre grandeza que no hace más que desvanecerse en el tiempo.
Nosotros, bestias que caminan erguidas y le temen a la muerte. Hormigas cósmicas que crearon dioses a su imagen y semejanza. Constructores de templos magníficos, artífices de civilizaciones y sabidurías destinadas al viento…
Muchos consideran incluso que ante la muerte (y sabemos bien que este “límite” no tiene escapatoria) nada tiene importancia.
Pero es tal vez por eso mismo, porque existe la muerte, que lo único relevante y verdaderamente importante que nos queda como sujetos destinados a perecer en los bordes de la irrealidad no sea otra cosa que el arte: vehículo del asombro primordial y santuario de la breve alegría.
¿Valdría la pena, acaso, andar viviendo sin leer siquiera alguna vez a Borges?
Tal vez, en el fondo mismo de la existencia todo tenga sentido simple y llanamente por maravillarse un día ante Bach, Beethoven o Chopin.
El arte mismo no es ninguna salvación porque la muerte tampoco es una condena…
Tal vez el arte no es más que una forma de la alegría. La más inmanente. La más imprecisa. La más leve.
El arte como burla ante los espejos del tiempo. Aquello que no pide durar más allá de sí mismo. Lo más alto y también lo mejor que ha dado de sí la humanidad.
Guy Laramee, artista multidisciplinar de origen canadiense, crea estas asombrosas esculturas a partir de libros. Una hermosa metáfora acerca del tiempo. Una crítica a la disolución de la cultura en manos del “progreso”. Una manera de oponer la memoria ante los estragos del tiempo…
¡Disfruta su obra!
Mira el vídeo realizado para la obra “Adieu”, obra con la que Guy Laramee realiza una especie de tributo ante la inevitable cancelación de la “Enciclopedia Británica”…
Si quieres conocer más de su obra, visita su sitio web AQUÍ
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En este mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.
Pedro Calderón de la Barca
No hay mentira en el arte. Tal vez en eso se equivocaba Platón al repudiar la poesía.
La construcción de un mundo ajeno a lo cotidiano no es un plan de evasión. Es más bien la fundación o la continuación de una manera propia de ejercer la vida.
Es también una continuación de la soledad y al mismo tiempo una forma de acceder a una verdad que no tiene ninguna relación con lo rutinario: asistir todos los días a una oficina o gastar media vida dentro de alguna institución educativa.
Lo que el artista crea es un plan de desterritorialización dentro del cual no tiene cabida lo mundano más que como una intensidad o una exploración de intensidades.
La mentira no es más que una fabulación deliberada, un engaño dirigido a la tergiversación de la realidad.
Todo lo contrario, el artista crea un mundo diferente. Un territorio adecuado a su soledad tanto en este mundo como en el que él mismo imagina…
Filip Hodas es un joven artista y diseñador checo (tan sólo tiene 24 años) y lo que pone en escena son los territorios más fértiles de la imaginación. Una estética de la soledad donde no cabe lo mundano más que tangencialmente.
Edificios y formas surreales. Aptos para alejarse (ojalá por mucho tiempo) de la falsa realidad de la rutina.
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Nos parece que vivimos en un insignificante planeta de una triste estrella perdida en una galaxia, metida en una esquina olvidada de un universo en el que hay muchas más galaxias que personas.
Carl Sagan
No lo sabemos todavía, pero tenemos la eternidad al alcance de la muerte…
No es la conciencia, ni mucho menos la memoria.
Somos más que eso; pero a eso que nos compone más allá de la identidad no le hacemos caso. Nos resulta irrelevante.
Todo en nosotros viene de un tiempo remoto. Antes de todo tiempo incluso.
Más allá de la identidad, fue primero un cuerpo oscuro formado con la materia de la que están hechas las novas distantes y el tiempo mismo.
La memoria es solamente un accesorio pasajero.
También nuestro nombre; pero a eso que nos compone más allá de la identidad no le hacemos caso…
Así, mientras aguardamos la eternidad que no sabremos nos queda la vida. Y un poco también el arte, que resiste la muerte y prefigura el infinito.
Iosonof (cuyo verdadero nombre es Federica Caglioti) es una escritora y diseñadora gráfica de origen italiano. Toda su obra parece recorrida por la obsesión de ocultar, hacer a un lado la identidad para sobreponer la hermosa simplicidad de lo natural. Sin duda, haría falta todo un articulo para hacerle justicia a una producción gif mucho más compleja que esta reseña.
Rasalo (alter ego de Rafa Santiandreu) es un artista visual y diseñador gráfico español. De su trabajo se desprende sobre todo un gran sentido del humor. Podríamos decir, incluso, que en sus gif reside lo inesperado. Sutiles manipulaciones que magnifican y amplían el sentido de todas las obras de arte (clásicas y «callejeras») que interviene con mordacidad e ironía.
Todo pasa en el cuerpo. Dentro del cuerpo. A través del cuerpo. Sobre el cuerpo… Y sin embargo, es el cuerpo lo que desconocemos. La memoria que no es nuestra y de la cual tampoco nos percatamos porque todo lo que la compone nos viene dado de antemano desde lo más remoto. Podríamos decir que Adam Pizurny (Diseñador de origen checo) representa aquí una gran exploración de las posibilidades plásticas de los cuerpos a través del gif. Su habilidad expresiva radica sobre todo en lo inverosímil. En el asombro que produce ese gran desconocido que nos compone sin saberlo.
El que acostumbra sus ojos a lo real se hace tan leve, tan insoportablemente plano, que sólo le aguarda la muerte…
Por eso tal vez sorprende tanto que este diseñador y artista visual de origen esloveno logre convertir lo cotidiano (lo aparentemente simple y llano) en una oda a lo leve cuyo término no es más que el asombro mismo.
“Mujer” es el cuerpo de un interrogante. La insistencia de un lenguaje -una fantasmagoria, que domina con maestría- y un signo de algo que se ve, se huele, se toca, se besa, se odia, se ama, se destruye, se reconstruye. Crece en las inmediaciones. Desde el borde del abismo.
Xaviera López, ilustradora y artista gif chilena que lleva en sus propias manos (en lo que hacen) la semilla y el fruto del asombro.
El ilustrador y artista digital canadiense Phazed (Jean Francois-Painchaud) ha sobrevivido a la mojigatería itinerante de la red no precisamente por la polémica desatada por el erotismo marcado de sus ilustraciones, sino por su maravilloso talento y su preciosa imaginación, fruto de la cual el espectador puede deleitarse en el delicado intimismo de su creación.
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El azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre
Henri Poincaré
Tal vez no existe el tiempo sino un efecto gravitatorio. Una fuerza o atractor que impulsa una serie de eventos que bajo ninguna circunstancia son aleatorios, sino diferentes en intensidad.
Cada evento es el resultado de una afección previa y consecuentemente, causa de una afección posterior.
Y en medio sucede lo que llamamos realidad como conjunto de dos sistemas complejos a los que, por pragmatismo lingüístico conocemos como tiempo y espacio.
Pero no dejan de ser “sistemas” que dependen de un conjunto inaprensible de causas y efectos que afectan y son afectados entre si, generando nuevas causas y nuevos efectos que probablemente (considerado un plazo infinito) ya han sucedido alguna vez o posiblemente vuelvan a suceder (muchos eones después).
Sin embargo, teniendo como circunstancia atenuante la imposibilidad humana de considerar lo infinitamente pequeño o lo infinitamente grande, el espectro de nuestra percepción sólo puede abstraerse hasta los accidentes y circunstancias que se corresponden con nuestro “tamaño” dentro del universo.
Julius Horsthuis es un artista digital y diseñador de efectos visuales de origen holandés que por medio de un arduo trabajo de exploración y experimentación ha logrado crear estas magníficas piezas. Pequeños universos que parecen prefigurar un caos fractal.
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Una experiencia hecha de siete soledades. Oídos nuevas para una música nueva. Ojos nuevos para lo más lejano. Una conciencia nueva para verdades que hasta ahora han permanecido mudas.
F. Nietzsche
No deja de ser importante pensar el asombro.
Hacer la pregunta frente a los mecanismos por los cuales, por momentos, podemos trascender la banalidad (la rutina) y acceder a esa forma de la «divinidad» a la cual llamamos arte.
Dave Hickey es un destacado crítico de arte estodounidense de quien, recientemente, leímos algunas declaraciones que inicialmente rechazamos. Sin embargo, más tarde y luego de un lectura más minuciosa, alcanzamos a comprender y también a compartir.
En la entrevista (realizada en el 2012 por el DailyMail) Dave Hickey expone algunos planteamientos cuyo «riesgo subliminal» podría consiste en reforzar algunos de los prejuicios más extendidos popularmente en contra de las producciones creativas de la escena contemporánea. Prejuicios que podrían resumirse bien en algunas declaraciones tan comunes como “el arte contemporáneo no es arte”, o “el mal llamado arte contemporáneo no es más que una pose”, o también “¿eso es arte? Mi sobrino de 6 años podría hacerlo mejor”. Incluso “¿Quién podría pagar tanto dinero por semejante adefesio?”.
Sin embargo, Hickey mismo admite hasta cierto punto un grado de responsabilidad en el origen de esta clase de percepciones: “Editores y críticos de arte – gente como yo – nos hemos convertido en una suerte de cortesanos”.
Cortesanos que, según su criterio, han jugado por muchos años a convertirse en jueces y verdugos al momento de admitir “la grandeza”, la relevancia o la validez (sobre todo esa palabra) de alguna producción creativa dentro del mundo de las artes plásticas.
Y es en este punto en el que dejamos al crítico y comenzamos entonces a preguntarnos. A inquietarnos nosotros mismos por la verdadera noción de lo que entendemos como la “ética de la crítica estética”.
El artista es también todos los hombres, y la obra de arte un grito de rebeldía
Sobre todo por el descrédito mismo en el que han caído tanto la crítica como el arte mismo. Un descrédito académico y popular. Un descreimiento en lo que, por mucho tiempo, ha terminado por ser visto como un ejercicio esnob. Un placer burgués incomprensible; elevado por la gracia del lenguaje a las alturas olímpicas; radicalmente separado de la banal superficie que habitamos los simples mortales.
Sin embargo, tenemos que plantear algunas líneas rojas; analizar, diseccionar aspectos, separar conceptos y distinguir claramente las diferencias. Tenemos que comprender y sobreponer la creación artística a los efectos que se producen a su alrededor. Entender que el arte como fenómeno no es lo mismo que “el mundo del arte” como accidente. Que un artista no es un ser excéntrico, pretencioso ni mucho menos un esnob disociado, y que la crítica de arte es un esfuerzo valioso, no supeditado necesariamente a los dictámenes de la comercialización, venta, o subasta de obras.
Así, nuestra inquietud consiste más que nada en plantear estas líneas, una suerte de derrotero para entender y ejercer la crítica de arte como manifestación de una búsqueda y una inquietud que iremos planteando en una serie de artículos para no convertir éste en un ejercicio tedioso.
Estas son la raíz de nuestras inquietudes… Este es nuestro esfuerzo comprensivo:
1) La crítica de arte tendría que ser también una búsqueda de sentido.
2) La crítica de arte tendría que proponerse como “una ética de lo estético”.
3) La crítica de arte tendría que ser también una “pedagogía del arte”.
4) La crítica de arte no podría ser entendida como fuente autorizada en la asignación de valores y montos económicos frente a la obra de arte.
5) La crítica de arte no puede entenderse a sí misma como una pretensión de verdad, sino como un esfuerzo, un ejercicio de honestidad intelectual frente al sentido de la obra de arte.
6) A la crítica, tanto como al artista, les corresponde un “campo de anonimato” que no tiene ninguna relación con el presente (ni con el futuro) sino con el sentido.
1) La crítica de arte tendría que ser, también, una búsqueda de sentido.
Tal vez de manera un tanto escueta y también para no extender demasiado un asunto que, si bien resulta apasionante y absolutamente necesario no podemos abordar completamente en un artículo, tendríamos que delimitar también la noción del arte dentro un definición simple: El arte como fuente de sentido. O mejor, la obra de arte como el interrogante de un hombre (un artista) por su destino -por su propia razón de ser- que se traduce necesariamente en la pregunta de toda una civilización, de toda el componente de humanidad que nos toca, acerca de nuestro propio sentido.
Así, el artista es también todos los hombres, y la obra de arte un grito de rebeldía; la manifestación tangible de un artista contra el azar y la angustia de saber que vive para la muerte. Un ser y una vida que -como la de cualquiera de nosotros- si bien parecen innecesarios, absurdos o irrelevantes, están ahí. Una vida que subsiste en su propio accidente y nulidad. Que persiste en su inquietud elemental: “¿Para qué?”
La certeza de la muerte nos entrega en los brazos del arte como paliativo, pero también como rebelión.
Si la obra de arte se resiste a la nulidad y el artista mismo resiste contra la “irrelevancia” del destino humano. ¿Por qué el crítico de arte no habría de hacer también lo mismo?
La crítica de arte tendría que ser también una forma de resistir la insignificancia de una vida condenada a ser un accidente innecesario, y el crítico de arte tendría que ser también un nómada del sentido… Pero no un mercader del “valor” monetario de la obra de arte. No un cortesano del establecimiento mercantil de subastas e inversiones. No un consejero cuya opinión autorizada impulse o destruya carreras.
La crítica del arte tendría que servir como inquietud, y no como certeza. Como fuente que inspire una búsqueda en relación con una obra de arte que es al mismo tiempo un signo que no puede ser completamente aprehendido ni radicalmente diseccionado. La crítica tiene que ejercer como indagación y al mismo tiempo tiene que arriesgar sentidos. Decantarse hacia una comprensión del objeto de arte y no simplemente hacia su enumeración o valorización. Abrir las puertas a la duda y la inquietud y provocarlas en su auditorio, no importa si es minúsculo, futuro o imaginario.
La crítica de arte tendría que tender un puente. Servir como interlocutor entre la obra y el espectador. Y así mismo, impulsar al espectador a arriesgar un sentido en el que él mismo está reflejado. Sobre todo porque comprender una obra no es apropiarla, ni agotarla en una sola tirada de dados que definan de una vez y para siempre un sentido absoluto y unívoco. Cada hombre ejerce una mirada, y de su mirada (que es también él mismo poniéndose en juego al mirar) se desprende una inquietud que la obra le devuelve como un espejo: Indagar por su sentido implica también indagar por todos los sentidos. Por el suyo propio, como espectador. Por sus semejantes. Por el mundo en el que vive. Por sus relaciones, sus certezas, sus dudas o su manera de amar.
El arte resiste a las “verdades” porque abraza con fuerza la hermosa -la frágil- ridiculez de la vida…
La innecesariedad del arte corresponde a la falta de necesidad de la vida… Pero ¿quién quiere vivir sin arte, sin música, sin teatro, sin cine o sin literatura? Lo que hace urgente al arte radica en su absoluta “inutilidad biológica” -por así decirlo-. La certeza de la muerte nos entrega en los brazos del arte como paliativo, pero también como rebelión.
La certeza de la muerte nos devuelve el arte como fuerza y amplificación de la vida en todo lo que tiene de bella, pero también en todo aquello que la hace horrorosa.
Contrario a la religión, el arte no quiere esperanza.
En el paraíso -donde todo está dicho- no cabe la obra de arte.
No hay lugar en el cielo de las certezas y las verdades para la maquinaria de guerra de la duda, para la rebeldía de los incompletos.
El arte resiste a las “verdades” porque abraza con fuerza la hermosa -la frágil- ridiculez de la vida…
La crítica tendría que ser una manera de desestratificar todo lo que hay de industria y profit en el submundo del arte. Replicar lo que hay allí como fuerza y amplificación de la vida.
La crítica de arte tendría más bien que poner en juego la inquietud por la obra como signo y pregunta. Como espejo de nuestros dramas. Como invitación. Como riesgo. Como pasión y como encuentro. Todo lo contrario a la mercantilización del arte como subasta, inversión y pauperización del signo y caricaturización de su denuncia.
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El amor, la muerte y el fuego han sido unidos en el mismo instante. La muerte total y sin residuo es la garantía del paso al más allá. En el seno del fuego, la muerte no es la muerte.
G. Bachelard – Psicoanálisis del Fuego
Es en el símbolo, o a través del símbolo, como ingresamos a la civilización.
Interpretamos, interpelamos a la naturaleza y encontramos primero el asombro. Y al asombro le siguió un interrogante. Un no-saber que fue también la génesis o el deseo de un querer saber.
Y en medio del asombro y la ignorancia primitiva encontramos también una correspondencia vital. La reiteración de una naturaleza que se repite como un ciclo.
El eterno retorno del nacimiento y la muerte, de la primavera, el verano, el otoño y el invierno. La repetición de las generaciones, y el agua que fue hielo y luego nube, y fue agua nuevamente.
A la repetición incesante de los ciclos exteriores le correspondía también una repetición que se desarrollaba -silenciosa- en la génesis misma del cuerpo.
El niño que nace de una madre y después, al cabo de los años, vuelve a la tierra o al fuego -como madres finales y definitivas-.
La semilla que crece. Y el cadáver del árbol que cae a la tierra…
La piedra tallada con la paciencia indiferente del agua.
Los desiertos que se multiplican y nunca son los mismos bajo el capricho del viento.
El relámpago que se hizo fuego y después nos dio cobijo, luz, calor y alegría…
El símbolo fue también ese punto extremo en el que nos separamos de la naturaleza. La frontera entre la animalidad y el lenguaje. La división fundacional de la cultura.
El símbolo se hizo Prometeo regalando el fuego a los hombres. A las bestias que ya no eran, porque en el fuego encontraron también el signo de una razón que los apartó tajantemente de la naturaleza. De la existencia simple e indiferente de los demás animales.
Es en la historia del fuego donde descansa el mito fundacional de la cultura.
Alrededor del fuego nacieron los dioses. Lo profano y lo sagrado. La ley y los saberes.
Al fuego sagrado se le ocultó en los templos, signo de un pacto entre lo divino y lo humano.
Y el fuego fue símbolo porque unía y transformaba. Porque creaba y aniquilaba. Porque daba vida a algo nuevo y consumía al mismo tiempo lo que se consideraba obsoleto. Porque purificaba. Porque entregaba la luz y prestaba claridad cuando todo estaba oscuro.
Para la alquimia -maestra por excelencia en el arte de los signos- el fuego constituía el elemento primordial, principio activo de cualquier transformación de la materia.
Porque la transformación era -precisamente- la clave que contenía y descifraba todos los demás símbolos, detrás de los cuales se ocultaba el verdadero conocimiento de la naturaleza: La repetición y la correspondencia…
Detrás del fuego -como símbolo, y también como principio- se ocultó también lo que sólo aquellos «iniciados» (los verdaderos convocados del asombro) lograron entender a través del velo de lo rutinario: El conocimiento de la naturaleza es, por correspondencia, el conocimiento de sí mismo.
Quien conoce la naturaleza sabe cómo transformarla. Y así, quien se conoce a sí mismo sabe cómo transformarse…
Elevarse por encima de sus propias condiciones. Por encima, incluso, de sus propias limitaciones.
No hay nada «sobrenatural» detrás de los símbolos. Detrás de ellos sólo habita el interrogante de un asombro que busca saber. Que quiere conocer la maquinaria que mueve al universo…
Así, el fuego es entonces el símbolo de todo símbolo.
La llama que ilumina y transforma. La que convoca y la que crea. La que disipa la sombra. La que nos hace uno y nos fragmenta.
El fuego, legendario y magnífico, es la presencia fundamental en la obra de la arquitecta Elena Colombo.
Una integración perfecta entre la majestad, el poder y la belleza.
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