De Argia, desde aquí arriba, no se ve nada; hay quien dice: Está allá abajo— y no queda sino creerlo; los lugares están desiertos. De noche, apoyando la oreja en el suelo, a veces se oye una puerta que golpea.
«Las ciudades y los muertos. 4» – Italo Calvino
Lo triste de la vida no es imaginar (habitar un mundo propio a través del arte, la música o la literatura).
Imaginar es sólo medianamente triste. Nostálgico a su manera.
La vida del soñador es el relato de un ser dividido. Y los divididos cargan con el peso de su carencia: la imposibilidad de su plenitud.
Pero no es triste imaginar. Ni andar dividido por el mundo.
El que acostumbra sus ojos a lo real se hace tan leve, tan insoportablemente plano, que sólo le aguarda la muerte…
Quien sueña -quien imagina- sabe hacerse inmortal a su manera.
Disfruta las poderosas imágenes de Jie Ma, artífice de mundos que sólo los divididos (los escindidos por su propia imaginación) podrían habitar.
Acompaña tu viaje con algunos fragmentos -muy apropiados para la ocasión- de «Las ciudades invisibles», de Italo Calvino.
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LAS CIUDADES CONTINUAS 2
Si al tocar tierra en Trude no hubiese leído el nombre de la ciudad escrito en grandes letras, hubiera creído llegar al mismo aeropuerto del que partiera. Los suburbios que tuve que atravesar no eran distintos de aquellos otros, con las mismas casas amarillentas y verdosas. Siguiendo las mismas flechas se contorneaban los mismos canteros de las mismas plazas. Las calles del centro exponían mercancías, embalajes y enseñas que no cambiaban en nada.
Era la primera vez que iba a Trude, pero conocía ya el hotel donde acerté a alojarme; ya había oído y dicho mis diálogos con compradores y vendedores de chatarra; otras jornadas iguales a aquélla habían terminado mirando a través de los mismos vasos los mismos ombligos ondulantes.
¿Por qué venir a Trude? me preguntaba. Y ya quería irme.
Puedes remontar el vuelo cuando quieras— me dijeron—, pero llegarás a otra Trude, igual punto por punto; el mundo está cubierto por una única Trude que no empieza ni termina, sólo cambia el nombre del aeropuerto.
«Las ciudades invisibles» – Italo Calvino
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LAS CIUDADES Y EL CIELO. 3
El que llega a Tecla poco ve de la ciudad, detrás de las cercas de tablas, los abrigos de arpillera, los andamios, las armazones metálicas, los puentes de madera colgados de cables o sostenidos por caballetes, las escalas de cuerda, los esqueletos de alambre.
A la pregunta: —¿por qué la construcción de Tecla se hace tan larga?— los habitantes, sin dejar de levantar cubos, de bajar plomadas, de mover de arriba y abajo largos pinceles: —Para que no empiece la destrucción —responden.
E interrogados sobre si temen que apenas quitados los andamios la ciudad empiece a resquebrajarse y hacerse pedazos, añaden con prisa, en voz baja: —No sólo la ciudad.
Si, insatisfecho con la respuesta, alguno apoya el ojo en la rendija de una empalizada, ve grúas que suben otras grúas, armazones que cubren otras armazones, vigas que apuntalan otras vigas.
¿Qué sentido tiene este construir?—pregunta—. ¿Cuál es el fin de una ciudad en construcción sino una ciudad? ¿Dónde está el plano que siguen, el proyecto?
Te lo mostraremos apenas termine la jornada; ahora no podemos interrumpir —responden.
El trabajo cesa al atardecer. Cae la noche sobre la obra en construcción. Es una noche estrellada.
Éste es el proyecto— dicen.
«Las ciudades invisibles» – Italo Calvino




#creemosenelasombro
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