La muerte es misericordiosa, ya que de ella no hay retorno; pero para aquel que regresa de las cámaras más profundas de la noche, extraviado y consciente, no vuelve a haber paz
H. P. Lovecraft
Desde este lado de la vida la noche misma, contrario a lo que representa para los habituales de la luz y la alegría, es el lugar predilecto de lo que ignoramos; y también de lo que tememos.
La noche es un sótano cósmico en el que se diluyen la sombra y la pesadilla.
Suele ser muy tarde ya cuando comprendemos que el peligro no es la soledad, sino precisamente todo lo contrario.
Detrás de toda puerta se oculta -en la noche- la presencia de lo incomprensible: Esa astilla en los ojos
de la lógica.
Allá donde no llegan las luces de la razón se alcanza a escuchar a veces el susurro; el viento frío, las puertas que se abren (o se cierran) inesperadamente. La molesta risa de un pasado que sólo está muerto en apariencia.
Daniel Danger, artista, ilustrador y grabador de Nueva Inglaterra, es el artífice de esta maravillosa aproximación a lo oscuro.
Su técnica preciosista nos entrega abismales detalles de la noche. Sutileza sin monstruosidad. Sólo presencias que se intuyen y ausencias que se sienten muy cerca.
En sus impresionantes grabados la oscuridad recupera nuevamente el temor reverencial que le profesaban los antiguos.
NOTA: “Revista Bifrontal” no es dueña de las imágenes aquí mostradas. Éstas sólo se usan con fines informativos. Los créditos respectivos son enlazados a los sitios web del autor o autores propietarios de las mismas.
En el punto más austral de nuestros sueños. Donde un día el universo entero sólo fue piel y ojos…
Bitácora Nómada 39281
Lo que buscamos es de una inexactitud inquietante y molesta.
No lo sabemos. Lo intuimos vagamente mientras vemos cómo se van deshaciendo los días (las temporadas y las generaciones) en medio del océano interminable de la eternidad.
Pero a nosotros nos corresponde un lapso breve y ridículo.
No somos eternos.
Tal vez sólo los sueños son eternos, y por eso son hermosos y terribles.
La vida que nos prometieron (la ficción, la literatura o el cine) es sólo eso: un juego imaginario de duración limitada en el que los héroes siempre son otros.
Es a otros a quienes corresponde caminar por la superficie de planetas extranjeros.
Siempre son otros los que atacan naves en llamas más allá del cinturón de Orión…
Otros son y han sido siempre los heraldos de un futuro remoto. De una vida menos prosaica que la que nos ha tocado en suertes.
Han sido otros los que han contemplado -con asombro- el vasto misterio del infinito. Cruzando milagrosamente los interminables desiertos de Arrakis.
Registramos entonces nuestra memoria imaginaria buscando la bitácora de un viaje imposible. Pero sólo nos queda un breve vistazo, y por eso mismo soñamos eso que otros han logrado ver…
Nathan Vieland, artista, pintor e ilustrador norteamericano, nos figura de alguna forma ese extraño recorrido: la descripción de un horizonte al cual sólo los privilegiados del asombro pueden acceder.
Como él mismo lo describe:
Hay cosas salvajes que crecen enredadas dentro de la ciudad y constantemente están presionando contra los objetos hechos por el hombre. Cada parte argumenta que el otro está invadiendo su propio territorio…
Sigue a Nathan Vieland en sus redes sociales: Behance, Tumblr.
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Nos parece que vivimos en un insignificante planeta de una triste estrella perdida en una galaxia, metida en una esquina olvidada de un universo en el que hay muchas más galaxias que personas.
Carl Sagan
No lo sabemos todavía, pero tenemos la eternidad al alcance de la muerte…
No es la conciencia, ni mucho menos la memoria.
Somos más que eso; pero a eso que nos compone más allá de la identidad no le hacemos caso. Nos resulta irrelevante.
Todo en nosotros viene de un tiempo remoto. Antes de todo tiempo incluso.
Más allá de la identidad, fue primero un cuerpo oscuro formado con la materia de la que están hechas las novas distantes y el tiempo mismo.
La memoria es solamente un accesorio pasajero.
También nuestro nombre; pero a eso que nos compone más allá de la identidad no le hacemos caso…
Así, mientras aguardamos la eternidad que no sabremos nos queda la vida. Y un poco también el arte, que resiste la muerte y prefigura el infinito.
Iosonof (cuyo verdadero nombre es Federica Caglioti) es una escritora y diseñadora gráfica de origen italiano. Toda su obra parece recorrida por la obsesión de ocultar, hacer a un lado la identidad para sobreponer la hermosa simplicidad de lo natural. Sin duda, haría falta todo un articulo para hacerle justicia a una producción gif mucho más compleja que esta reseña.
Rasalo (alter ego de Rafa Santiandreu) es un artista visual y diseñador gráfico español. De su trabajo se desprende sobre todo un gran sentido del humor. Podríamos decir, incluso, que en sus gif reside lo inesperado. Sutiles manipulaciones que magnifican y amplían el sentido de todas las obras de arte (clásicas y «callejeras») que interviene con mordacidad e ironía.
Todo pasa en el cuerpo. Dentro del cuerpo. A través del cuerpo. Sobre el cuerpo… Y sin embargo, es el cuerpo lo que desconocemos. La memoria que no es nuestra y de la cual tampoco nos percatamos porque todo lo que la compone nos viene dado de antemano desde lo más remoto. Podríamos decir que Adam Pizurny (Diseñador de origen checo) representa aquí una gran exploración de las posibilidades plásticas de los cuerpos a través del gif. Su habilidad expresiva radica sobre todo en lo inverosímil. En el asombro que produce ese gran desconocido que nos compone sin saberlo.
El que acostumbra sus ojos a lo real se hace tan leve, tan insoportablemente plano, que sólo le aguarda la muerte…
Por eso tal vez sorprende tanto que este diseñador y artista visual de origen esloveno logre convertir lo cotidiano (lo aparentemente simple y llano) en una oda a lo leve cuyo término no es más que el asombro mismo.
“Mujer” es el cuerpo de un interrogante. La insistencia de un lenguaje -una fantasmagoria, que domina con maestría- y un signo de algo que se ve, se huele, se toca, se besa, se odia, se ama, se destruye, se reconstruye. Crece en las inmediaciones. Desde el borde del abismo.
Xaviera López, ilustradora y artista gif chilena que lleva en sus propias manos (en lo que hacen) la semilla y el fruto del asombro.
El ilustrador y artista digital canadiense Phazed (Jean Francois-Painchaud) ha sobrevivido a la mojigatería itinerante de la red no precisamente por la polémica desatada por el erotismo marcado de sus ilustraciones, sino por su maravilloso talento y su preciosa imaginación, fruto de la cual el espectador puede deleitarse en el delicado intimismo de su creación.
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Podría tratarse de un cuarto oscuro e inmenso; y dependiendo del clima de nuestro espíritu podría ser también un espacio amplio y fresco, o una ruina mohosa y sucia. Y también un sitio espantoso, que repugne al olfato, repleto de objetos peligrosos y olvidados.
O bien la memoria sucede en otros lugares.
Una cocina, una sala o un patio.
Podría ser también que no se trate de la memoria como un «objeto» único y singular, sino más bien de «las memorias». Múltiples y extendidas hacia todas las direcciones. En la imagen de los otros a los que ya no podríamos reconocer hoy sino con sorpresa.
Los otros, que han ido envejeciendo como lo hemos hecho nosotros.
Es cierto, en nuestra memoria no tenían canas ni barriga. O tampoco habían muerto.
Los conservamos ahí. O sería mejor decir que nos conservamos a nosotros mismos en su imagen.
Y sería bueno preguntarle a Spinoza si es posible considerar la memoria como un cuerpo.
De todas formas comparte la capacidad de afectar y ser afectada. Como cualquier otro cuerpo.
¿Acaso «muere» realmente lo que olvidamos?
Lo que se olvida es precisamente lo que nos afecta.
Nada pasa por el cuerpo sin dejar una marca. Que la «olvidemos» no implica que el cuerpo no la guarde y mucho menos que la memoria no la explote haciéndola volver como un síntoma; como un sueño o como un lapsus.
No somos “nosotros”. No hay realmente nada a lo que podamos llamar nosotros. O bien somos solamente un atributo demasiado irrelevante dentro del cuerpo que nos es.
Es el cuerpo el que es. Y nosotros solamente somos su atributo. Así como el olvido es también un atributo de la memoria, que realmente nunca olvida nada sino que lo guarda todo secretamente para repetirlo en el sueño, en el síntoma o en la palabra fallida.
Reconocer las causas primitivas de nuestra esclavitud no implica un hundimiento en la degeneración de la tristeza.
No se disfruta de una “buena salud” más que sumergiéndose en el propio caos interior para comprender mejor los mecanismos por los cuales la memoria nos golpea utilizando precisamente todo eso que olvidamos, pero ella no…
Somos esclavos de lo que olvidamos.
Es lo que hemos dejado atrás, desatendido, lo que hace metástasis en nuestra precaria cordura a través de la neurosis; y en casos extremos, a través de la ruptura psicótica.
Convertir el pasado, o mejor, hacer de lo que habita en el pasado (la memoria misma) una obsesión, no es hacerse a sí mismo un esclavo sino, todo lo contrario, buscar la libertad a través de lo único que puede doblegarnos irremediablemente: nuestro cuerpo.
Buscar sentido en la memoria es ejercerse a sí mismo como potencia de lo mejor y lo más alto.
Comprenderse a sí mismo -comprender lo que se ha olvidado- es tal vez una de las pocas cosas realmente valiosas frente al hecho de existir.
Hacerse cargo de lo que olvidamos implica un esfuerzo por sobreponerse también a lo peor de sí mismo. Así como también significa un esfuerzo por darle un sentido a lo peor que hicieron de nosotros, con nosotros o contra nosotros.
Comprender realmente lo que guarda la memoria (eso que nosotros mismos hemos olvidado) significa también entrar en una relación de afecciones, un laberinto del que podemos salir -o no- victoriosos.
Y sin embargo, entrar en ese laberinto que supondría un encadenamiento de encuentros tristes no lo es más que en apariencia: La libertad no la otorga el olvido.
Entregarse al encuentro de la memoria es potenciarse a sí mismo en el ejercicio de la libertad. Sobre todo cuando comprendemos -después de todo- que el olvido es en sí mismo una prisión.
La obra de Levi Van Veluw nos sorprende mucho.
Aparece como una repetición obsesiva del pasado. Sus ilustraciones e instalaciones repiten los espacios de su infancia: una habitación, la casa donde creció, el comedor familiar, la escuela.
Y de un momento a otro la memoria de esos espacios se desfigura. Algo en todos ellos estalla, descomponiendo las cosas hasta convertirlas en fragmentos mínimos -porque el olvido es también una forma siniestra del caos- y algo en él lo sabe, o lo busca, o por lo menos lo intuye.
Y repite entonces los mismos espacios.
En lo que olvidó hay un sentido que se le escapa. Pero en lo poco que recuerda (fragmentos de su propio caos interior) recae el sentido de lo que todavía no es.
Deshacer el olvido es recomponerse a sí mismo a través de una experiencia traumática sólo en la superficie. Jugarse en el reencuentro, en la resolución de un conflicto ignorado que se repite como síntoma. Asumirse en el dolor de un «yo» desconocido contra la simulada paz de un olvido carcelario.
Tal vez por eso mismo disfrutamos su obra: como un regreso al laberinto de la memoria. El arte en busca de sentido.
«Spheres» – Vídeo instalación parte de la serie «The Collapse of Cohesion» de Levi Van Veluw
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Con frecuencia hemos meditado sobre la naturaleza del viaje.
En la superficie del asunto no parece ser un secreto para muchos el hecho de que la vida misma es una referencia a esta cuestión, y no en el sentido contrario.
Nos parece inconcebible la existencia sin siquiera tomar en cuenta la idea de viajar. De someternos a un desplazamiento absoluto y radical en el que sea posible exponernos a todos los encuentros y a todas las potencias porque es en el encuentro donde nos jugamos a nosotros mismos como antesala de una mutación constante.
Existir se hace ridículo sin atreverse dejar algo atrás.
Todo viaje es también la reminiscencia de una muerte y un renacimiento: Dejamos atrás lo que fuimos para transformarnos en otros.
No crecemos sin cometer algún crimen. No dejamos de ser el que éramos sin perder una inocencia. No conocemos la soledad y la muerte sin detestar algún día el amor, la amistad y la vida…
¿No es un pequeño crimen, acaso, abandonar el seno familiar buscando otros horizontes? ¿No es una forma de la muerte -acaso- cuestionar los pilares sobre los que fundamentamos nuestras creencias, denunciándolos como una mentira alevosa que sólo quiere mantenernos atados a su control e influencia?
Somos en la medida en que le damos la espalda a un hogar y a unos amigos para salir a buscar otras voces y otros paisajes donde formularemos una y otra vez -hasta el cansancio- la misma pregunta que parece no tener una respuesta definitiva y cuya solución parece también la promesa de una esquiva paz interior: ¿Quiénes somos?
Viajar es exponerse de lleno y frontalmente a la oscura materia de la que está hecha la vida: Incertidumbre.
A veces conocemos la alegría. Y muchas otras la insufrible desgracia.
En todo viaje -en toda transformación- traicionamos y somos traicionados. Conocemos el amor y el dolor de la separación. A veces nos reímos, y otras tantas nos dejamos caer en los abismos de la angustia…
Viajar es huir a ninguna parte sabiendo que siempre nos persigue el pasado y que inevitablemente nos encuentra, se ríe con nosotros y de nosotros, nos despedaza sin furia y nos abraza con ternura y con nostalgia.
Viajar es buscar y ser encontrado. Tomar decisiones ridículas o monumentales y vivir para siempre evitando, lamentando o modificando sus consecuencias.
¿No te lo hemos dicho ya en otras ocasiones? Bifrontal es también la experiencia de un viaje y todo esto no es más que nuestra bitácora nómada. El relato de nuestro asombro y el ejercicio de nuestra propia línea de fuga…
Hace poco encontramos a Moebius. No era ese su verdadero nombre, o por lo menos existía ya una máscara que lo antecedía. Lo llamaron Jean Giraud antes de que él mismo pudiera entender la verdadera materia de la que estaba hecho.
Saramago lo dijo mejor:
Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes.
De todas formas, sentimos que nuestras “bitácoras nómadas” han encontrado un eco, una perfecta expresión gráfica de lo que queremos decir con nuestras memorias diluidas; ese relato imposible de un viaje que no termina, que nunca tuvo un “inicio” sino que comenzó hacia al medio.
Pero no se trata solamente de los mundos imaginados, sino también de su “devenir loco”: No saber muy bien de dónde se viene y no tener aún ni la más remota idea de hacia dónde se va. Definirse simplemente en el “ir siendo” mientras la vida acontece, nos acontece, y sucede también paralelamente a nosotros mismos. Desordenando los tiempos y alterando así mismo los espacios.
El viaje es también la prefiguración de un laberinto. La encrucijada imposible o la puerta que no lleva a ningún lugar. Y sin embargo, al tratar de volver hacia atrás, nada es ya lo que se había visto antes, sino todo lo contrario.
Nos gusta demasiado lo que hemos (apenas) vislumbrado en la complejidad multiversal de los cómics de Moebius: Panoramas imposibles, alucinaciones distantes (como nosotros mismos) y conflictos más allá de la lógica simplista del arriba y el abajo. Juego de espejos donde lo que menos interesa es el resultado o la meta, sino el camino…
Por fin, en el transcurso de este largo viaje, he logrado el perfecto equilibrio, de modo que, cualquier resultado, cualquier reacción, cualquier acontecimiento, cualquier circunstancia, la buena y la mala fortuna, el respeto y el insulto, el renombre y el vituperio, la victoria y la derrota, los acontecimientos gratos y los penosos, no sólo no logran abatirme, sino que además me resbalan y me dejan libre en mis emociones, mis reacciones nerviosas y mis concepciones mentales
También puedes leer algunas reseñas interesantes acerca de sus cómics: 1, 2, 3.
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Kolja Tatic, arquitecto, pintor e ilustrador digital de origen serbio, es el encargado de modelar con una pasión obsesiva estos paisajes delirantes y magníficos.
Lugares que traen a la memoria -él mismo reconoce sus influencias- a Giorgio de Chirico y a Dalí.
¿Y nosotros? traductores aficionados de un mundo al que sólo se puede acceder en silencio…
Sin embargo, no sólo nos encanta su obra, sino también la naturalidad con la que aborda el asunto de la creación artística: Con la pasión del silencio y la quietud. La de quien -como decía Van Gogh- trabaja sin tregua ni descanso.
Es la actitud de quien reconoce en el arte, no un simple entretenimiento, sino la virtud de un trabajo. De un esfuerzo. De una tenacidad.
Un agente a través del cual se manifiesta -en todo su esplendor- el asombro.
Puedes visitar el sitio web de Kolja Tatic (vale el asombro la hermosa sorpresa) así como su portafolio en DeviantArt
P.D. Si te quedas «estancado» en el laberinto, sólo tienes que dar click en «retroceder»…
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