La muerte es misericordiosa, ya que de ella no hay retorno; pero para aquel que regresa de las cámaras más profundas de la noche, extraviado y consciente, no vuelve a haber paz
H. P. Lovecraft
Desde este lado de la vida la noche misma, contrario a lo que representa para los habituales de la luz y la alegría, es el lugar predilecto de lo que ignoramos; y también de lo que tememos.
La noche es un sótano cósmico en el que se diluyen la sombra y la pesadilla.
Suele ser muy tarde ya cuando comprendemos que el peligro no es la soledad, sino precisamente todo lo contrario.
Detrás de toda puerta se oculta -en la noche- la presencia de lo incomprensible: Esa astilla en los ojos
de la lógica.
Allá donde no llegan las luces de la razón se alcanza a escuchar a veces el susurro; el viento frío, las puertas que se abren (o se cierran) inesperadamente. La molesta risa de un pasado que sólo está muerto en apariencia.
Daniel Danger, artista, ilustrador y grabador de Nueva Inglaterra, es el artífice de esta maravillosa aproximación a lo oscuro.
Su técnica preciosista nos entrega abismales detalles de la noche. Sutileza sin monstruosidad. Sólo presencias que se intuyen y ausencias que se sienten muy cerca.
En sus impresionantes grabados la oscuridad recupera nuevamente el temor reverencial que le profesaban los antiguos.
NOTA: “Revista Bifrontal” no es dueña de las imágenes aquí mostradas. Éstas sólo se usan con fines informativos. Los créditos respectivos son enlazados a los sitios web del autor o autores propietarios de las mismas.
En este mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.
Pedro Calderón de la Barca
No hay mentira en el arte. Tal vez en eso se equivocaba Platón al repudiar la poesía.
La construcción de un mundo ajeno a lo cotidiano no es un plan de evasión. Es más bien la fundación o la continuación de una manera propia de ejercer la vida.
Es también una continuación de la soledad y al mismo tiempo una forma de acceder a una verdad que no tiene ninguna relación con lo rutinario: asistir todos los días a una oficina o gastar media vida dentro de alguna institución educativa.
Lo que el artista crea es un plan de desterritorialización dentro del cual no tiene cabida lo mundano más que como una intensidad o una exploración de intensidades.
La mentira no es más que una fabulación deliberada, un engaño dirigido a la tergiversación de la realidad.
Todo lo contrario, el artista crea un mundo diferente. Un territorio adecuado a su soledad tanto en este mundo como en el que él mismo imagina…
Filip Hodas es un joven artista y diseñador checo (tan sólo tiene 24 años) y lo que pone en escena son los territorios más fértiles de la imaginación. Una estética de la soledad donde no cabe lo mundano más que tangencialmente.
Edificios y formas surreales. Aptos para alejarse (ojalá por mucho tiempo) de la falsa realidad de la rutina.
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En el punto más austral de nuestros sueños. Donde un día el universo entero sólo fue piel y ojos…
Bitácora Nómada 39281
Lo que buscamos es de una inexactitud inquietante y molesta.
No lo sabemos. Lo intuimos vagamente mientras vemos cómo se van deshaciendo los días (las temporadas y las generaciones) en medio del océano interminable de la eternidad.
Pero a nosotros nos corresponde un lapso breve y ridículo.
No somos eternos.
Tal vez sólo los sueños son eternos, y por eso son hermosos y terribles.
La vida que nos prometieron (la ficción, la literatura o el cine) es sólo eso: un juego imaginario de duración limitada en el que los héroes siempre son otros.
Es a otros a quienes corresponde caminar por la superficie de planetas extranjeros.
Siempre son otros los que atacan naves en llamas más allá del cinturón de Orión…
Otros son y han sido siempre los heraldos de un futuro remoto. De una vida menos prosaica que la que nos ha tocado en suertes.
Han sido otros los que han contemplado -con asombro- el vasto misterio del infinito. Cruzando milagrosamente los interminables desiertos de Arrakis.
Registramos entonces nuestra memoria imaginaria buscando la bitácora de un viaje imposible. Pero sólo nos queda un breve vistazo, y por eso mismo soñamos eso que otros han logrado ver…
Nathan Vieland, artista, pintor e ilustrador norteamericano, nos figura de alguna forma ese extraño recorrido: la descripción de un horizonte al cual sólo los privilegiados del asombro pueden acceder.
Como él mismo lo describe:
Hay cosas salvajes que crecen enredadas dentro de la ciudad y constantemente están presionando contra los objetos hechos por el hombre. Cada parte argumenta que el otro está invadiendo su propio territorio…
Sigue a Nathan Vieland en sus redes sociales: Behance, Tumblr.
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El azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre
Henri Poincaré
Tal vez no existe el tiempo sino un efecto gravitatorio. Una fuerza o atractor que impulsa una serie de eventos que bajo ninguna circunstancia son aleatorios, sino diferentes en intensidad.
Cada evento es el resultado de una afección previa y consecuentemente, causa de una afección posterior.
Y en medio sucede lo que llamamos realidad como conjunto de dos sistemas complejos a los que, por pragmatismo lingüístico conocemos como tiempo y espacio.
Pero no dejan de ser “sistemas” que dependen de un conjunto inaprensible de causas y efectos que afectan y son afectados entre si, generando nuevas causas y nuevos efectos que probablemente (considerado un plazo infinito) ya han sucedido alguna vez o posiblemente vuelvan a suceder (muchos eones después).
Sin embargo, teniendo como circunstancia atenuante la imposibilidad humana de considerar lo infinitamente pequeño o lo infinitamente grande, el espectro de nuestra percepción sólo puede abstraerse hasta los accidentes y circunstancias que se corresponden con nuestro “tamaño” dentro del universo.
Julius Horsthuis es un artista digital y diseñador de efectos visuales de origen holandés que por medio de un arduo trabajo de exploración y experimentación ha logrado crear estas magníficas piezas. Pequeños universos que parecen prefigurar un caos fractal.
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Mi pobre muchacho -dice ella-, ¿cree en serio que el mundo de aquí fuera no pertenece ya al laberinto? La sola existencia de esta puerta significa que no hay delante ni detrás. Este mundo es sólo uno de los muchos sueños que usted ha soñado o soñará todavía.
Y muchas veces buscamos también lo que no tuvimos nunca aunque nuestro deseo nos grite desde las entrañas y contra toda lógica que, muy a pesar nuestro, hay algo en nosotros que lo quiere.
¿Recuerdas haber soñado una noche interminable recorriendo una ciudad en llamas mientras buscabas algo? ¿Cualquier cosa?
No lo recuerdas bien.
Buscabas, pero no sabes muy bien qué.
La gente corría o caminaba frenéticamente.
Pero la gente de los sueños está hecha de una materia extraña y voluble. Todos te miran. Todos te conocen. A veces crees que los conoces también. Pero son sólo eso, gente de los sueños. Gente intangible.
Símbolos de un deseo al que le tienes miedo porque, a la hora de las luces, sabes bien que es un deseo inaceptable.
O no lo sabes -pero lo saben por ti-.
Es el cuerpo el que lo sabe. Tú no.
Tú eres tu propio títere. Un actor casual que vino a ocupar un cuerpo que tiene ya una agenda prefigurada: La búsqueda de lo infinito.
Es el cuerpo el que busca lo que tú mismo no te atreves a saber.
En tus sueños lo has visto. Más allá del desierto, muy alto en el cielo: Una serpiente que se muerde la cola.
No conoces lo que significa la eternidad, pero tu cuerpo lo intuye. Y por eso lo busca -noche tras noche- cuando vuelves al mismo sueño que son todos los sueños del mundo repitiéndose en un solo cuerpo.
Tal vez tú no eres más que el sueño de tu propio cuerpo. Porque él sabe muy bien que la muerte es solamente un olvido, y que la identidad no es más que un chiste pasajero.
La eternidad -la verdad que perdiste cuando te dieron un nombre, y para colmo lo creíste- vive sin necesitarte.
Más allá de ti mismo, en tu cuerpo (que no es tuyo: tú le perteneces a él) hay una eternidad que quiere volver a sí misma cuando finalmente no haya rastro de ti y vuelvas a hacer parte de un cosmos oscuro y callado como el vientre de una madre.
Marcin Sacha, fotógrafo de origen polaco, es quien recrea estos panoramas que median entre el sueño y la pesadilla.
Él mismo construye a partir de materiales como arcilla, papel o cerámica, las locaciones que utiliza para sus fotos, con excepción de los paisajes naturales, claro está.
Lo que más parece interesarle (él mismo lo dice) es el contraste, el juego de luces y de sombras. Un mundo en el que tanto el espectador como las escasas figuras que lo habitan se saben extranjeros.
En mis montajes fotográficos hago uso de papel, arcilla, ladrillos y cerámicas preparadas por mí mismo. A partir de ellos creo el paisaje, jugando luego con la luz para conseguir un resultado interesante que dote de un estado de ánimo específico de la composición de la luz y la sombra en el plano del marco. Mis mundos, aún habitados por la gente, están dominados por las formas, la sombra y la luz. Estos mundos son ajenos a ellos.
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Con frecuencia hemos meditado sobre la naturaleza del viaje.
En la superficie del asunto no parece ser un secreto para muchos el hecho de que la vida misma es una referencia a esta cuestión, y no en el sentido contrario.
Nos parece inconcebible la existencia sin siquiera tomar en cuenta la idea de viajar. De someternos a un desplazamiento absoluto y radical en el que sea posible exponernos a todos los encuentros y a todas las potencias porque es en el encuentro donde nos jugamos a nosotros mismos como antesala de una mutación constante.
Existir se hace ridículo sin atreverse dejar algo atrás.
Todo viaje es también la reminiscencia de una muerte y un renacimiento: Dejamos atrás lo que fuimos para transformarnos en otros.
No crecemos sin cometer algún crimen. No dejamos de ser el que éramos sin perder una inocencia. No conocemos la soledad y la muerte sin detestar algún día el amor, la amistad y la vida…
¿No es un pequeño crimen, acaso, abandonar el seno familiar buscando otros horizontes? ¿No es una forma de la muerte -acaso- cuestionar los pilares sobre los que fundamentamos nuestras creencias, denunciándolos como una mentira alevosa que sólo quiere mantenernos atados a su control e influencia?
Somos en la medida en que le damos la espalda a un hogar y a unos amigos para salir a buscar otras voces y otros paisajes donde formularemos una y otra vez -hasta el cansancio- la misma pregunta que parece no tener una respuesta definitiva y cuya solución parece también la promesa de una esquiva paz interior: ¿Quiénes somos?
Viajar es exponerse de lleno y frontalmente a la oscura materia de la que está hecha la vida: Incertidumbre.
A veces conocemos la alegría. Y muchas otras la insufrible desgracia.
En todo viaje -en toda transformación- traicionamos y somos traicionados. Conocemos el amor y el dolor de la separación. A veces nos reímos, y otras tantas nos dejamos caer en los abismos de la angustia…
Viajar es huir a ninguna parte sabiendo que siempre nos persigue el pasado y que inevitablemente nos encuentra, se ríe con nosotros y de nosotros, nos despedaza sin furia y nos abraza con ternura y con nostalgia.
Viajar es buscar y ser encontrado. Tomar decisiones ridículas o monumentales y vivir para siempre evitando, lamentando o modificando sus consecuencias.
¿No te lo hemos dicho ya en otras ocasiones? Bifrontal es también la experiencia de un viaje y todo esto no es más que nuestra bitácora nómada. El relato de nuestro asombro y el ejercicio de nuestra propia línea de fuga…
Hace poco encontramos a Moebius. No era ese su verdadero nombre, o por lo menos existía ya una máscara que lo antecedía. Lo llamaron Jean Giraud antes de que él mismo pudiera entender la verdadera materia de la que estaba hecho.
Saramago lo dijo mejor:
Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes.
De todas formas, sentimos que nuestras “bitácoras nómadas” han encontrado un eco, una perfecta expresión gráfica de lo que queremos decir con nuestras memorias diluidas; ese relato imposible de un viaje que no termina, que nunca tuvo un “inicio” sino que comenzó hacia al medio.
Pero no se trata solamente de los mundos imaginados, sino también de su “devenir loco”: No saber muy bien de dónde se viene y no tener aún ni la más remota idea de hacia dónde se va. Definirse simplemente en el “ir siendo” mientras la vida acontece, nos acontece, y sucede también paralelamente a nosotros mismos. Desordenando los tiempos y alterando así mismo los espacios.
El viaje es también la prefiguración de un laberinto. La encrucijada imposible o la puerta que no lleva a ningún lugar. Y sin embargo, al tratar de volver hacia atrás, nada es ya lo que se había visto antes, sino todo lo contrario.
Nos gusta demasiado lo que hemos (apenas) vislumbrado en la complejidad multiversal de los cómics de Moebius: Panoramas imposibles, alucinaciones distantes (como nosotros mismos) y conflictos más allá de la lógica simplista del arriba y el abajo. Juego de espejos donde lo que menos interesa es el resultado o la meta, sino el camino…
Por fin, en el transcurso de este largo viaje, he logrado el perfecto equilibrio, de modo que, cualquier resultado, cualquier reacción, cualquier acontecimiento, cualquier circunstancia, la buena y la mala fortuna, el respeto y el insulto, el renombre y el vituperio, la victoria y la derrota, los acontecimientos gratos y los penosos, no sólo no logran abatirme, sino que además me resbalan y me dejan libre en mis emociones, mis reacciones nerviosas y mis concepciones mentales
También puedes leer algunas reseñas interesantes acerca de sus cómics: 1, 2, 3.
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