El caos es un orden por descifrar
José Saramago – El hombre duplicado
No sabemos todavía lo que puede un cuerpo.
¿Consideramos la memoria como un sótano?
Podría tratarse de un cuarto oscuro e inmenso; y dependiendo del clima de nuestro espíritu podría ser también un espacio amplio y fresco, o una ruina mohosa y sucia. Y también un sitio espantoso, que repugne al olfato, repleto de objetos peligrosos y olvidados.
O bien la memoria sucede en otros lugares.
Una cocina, una sala o un patio.
Podría ser también que no se trate de la memoria como un «objeto» único y singular, sino más bien de «las memorias». Múltiples y extendidas hacia todas las direcciones. En la imagen de los otros a los que ya no podríamos reconocer hoy sino con sorpresa.
Los otros, que han ido envejeciendo como lo hemos hecho nosotros.
Es cierto, en nuestra memoria no tenían canas ni barriga. O tampoco habían muerto.
Los conservamos ahí. O sería mejor decir que nos conservamos a nosotros mismos en su imagen.
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No sabemos todavía lo que puede un cuerpo.
Y sería bueno preguntarle a Spinoza si es posible considerar la memoria como un cuerpo.
De todas formas comparte la capacidad de afectar y ser afectada. Como cualquier otro cuerpo.
¿Acaso «muere» realmente lo que olvidamos?
Lo que se olvida es precisamente lo que nos afecta.
Nada pasa por el cuerpo sin dejar una marca. Que la «olvidemos» no implica que el cuerpo no la guarde y mucho menos que la memoria no la explote haciéndola volver como un síntoma; como un sueño o como un lapsus.
No somos “nosotros”. No hay realmente nada a lo que podamos llamar nosotros. O bien somos solamente un atributo demasiado irrelevante dentro del cuerpo que nos es.
Es el cuerpo el que es. Y nosotros solamente somos su atributo. Así como el olvido es también un atributo de la memoria, que realmente nunca olvida nada sino que lo guarda todo secretamente para repetirlo en el sueño, en el síntoma o en la palabra fallida.
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Reconocer las causas primitivas de nuestra esclavitud no implica un hundimiento en la degeneración de la tristeza.
No se disfruta de una “buena salud” más que sumergiéndose en el propio caos interior para comprender mejor los mecanismos por los cuales la memoria nos golpea utilizando precisamente todo eso que olvidamos, pero ella no…
Somos esclavos de lo que olvidamos.
Es lo que hemos dejado atrás, desatendido, lo que hace metástasis en nuestra precaria cordura a través de la neurosis; y en casos extremos, a través de la ruptura psicótica.
Convertir el pasado, o mejor, hacer de lo que habita en el pasado (la memoria misma) una obsesión, no es hacerse a sí mismo un esclavo sino, todo lo contrario, buscar la libertad a través de lo único que puede doblegarnos irremediablemente: nuestro cuerpo.
Buscar sentido en la memoria es ejercerse a sí mismo como potencia de lo mejor y lo más alto.
Comprenderse a sí mismo -comprender lo que se ha olvidado- es tal vez una de las pocas cosas realmente valiosas frente al hecho de existir.
Hacerse cargo de lo que olvidamos implica un esfuerzo por sobreponerse también a lo peor de sí mismo. Así como también significa un esfuerzo por darle un sentido a lo peor que hicieron de nosotros, con nosotros o contra nosotros.
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Comprender realmente lo que guarda la memoria (eso que nosotros mismos hemos olvidado) significa también entrar en una relación de afecciones, un laberinto del que podemos salir -o no- victoriosos.
Y sin embargo, entrar en ese laberinto que supondría un encadenamiento de encuentros tristes no lo es más que en apariencia: La libertad no la otorga el olvido.
Entregarse al encuentro de la memoria es potenciarse a sí mismo en el ejercicio de la libertad. Sobre todo cuando comprendemos -después de todo- que el olvido es en sí mismo una prisión.
La obra de Levi Van Veluw nos sorprende mucho.
Aparece como una repetición obsesiva del pasado. Sus ilustraciones e instalaciones repiten los espacios de su infancia: una habitación, la casa donde creció, el comedor familiar, la escuela.
Y de un momento a otro la memoria de esos espacios se desfigura. Algo en todos ellos estalla, descomponiendo las cosas hasta convertirlas en fragmentos mínimos -porque el olvido es también una forma siniestra del caos- y algo en él lo sabe, o lo busca, o por lo menos lo intuye.
Y repite entonces los mismos espacios.
En lo que olvidó hay un sentido que se le escapa. Pero en lo poco que recuerda (fragmentos de su propio caos interior) recae el sentido de lo que todavía no es.
Deshacer el olvido es recomponerse a sí mismo a través de una experiencia traumática sólo en la superficie. Jugarse en el reencuentro, en la resolución de un conflicto ignorado que se repite como síntoma. Asumirse en el dolor de un «yo» desconocido contra la simulada paz de un olvido carcelario.
Tal vez por eso mismo disfrutamos su obra: como un regreso al laberinto de la memoria. El arte en busca de sentido.
«Spheres» – Vídeo instalación parte de la serie «The Collapse of Cohesion» de Levi Van Veluw
Visita el sitio web de Levi Van Veluw AQUÍ
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