No me molestan las personas, para nada. Pero me interesan más sus rastros.
Álvaro Sánchez-Montañés
«Cuando ya no estés»… Seremos entonces nuestra propia derrota.
Caminaremos (nuestros cadáveres, nuestra memoria, y lo que quede de todo ello) por el desierto del olvido.
Quedarán nuestras ruinas; testimonio extraño de que alguna vez existimos. Que un día conocimos la gloria y sin embargo preferimos la decadencia.
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Me preocupa mucho la conservación del ecosistema y el uso que hacemos del territorio. Sin duda esto está muy presente en mi trabajo. A veces disfruto presentando a la naturaleza como ganadora, aunque sea una ilusión: no vamos a parar hasta destruirlo todo.
Álvaro Sánchez-Montañés
Me preocupa mucho la conservación del ecosistema y el uso que hacemos del territorio. Sin duda esto está muy presente en mi trabajo. A veces disfruto presentando a la naturaleza como ganadora, aunque sea una ilusión: no vamos a parar hasta destruirlo todo.
Álvaro Sánchez-Montañés
Recordemos un poco la triste distopía que nos trae Ray Bradbury en «Vendrán lluvias suaves» (relato publicado por primera vez en «Crónicas marcianas»)
No es una anécdota muy conocida. Pero alguna vez tuvimos en nuestras manos un ejemplar, una antología de ciencia ficción en la que -a manera de prólogo del relato- se narraba la historia que había dado origen al mismo.
Se decía que el propio Bradbury -tal vez fue alguien más y esa persona le remitió la anécdota- había visitado Hiroshima o Nagasaki años después del holocausto atómico.
Decía también que entre los escombros de lo que antes fue una casa, se levantaba una pared en la cual podían distinguirse claramente tres siluetas, casi dibujadas al carboncillo: Un niño, una niña y un «balón» entre ellos.
No se trataba de una pintura en el muro…
No era más que el rastro, la sombra de un crimen horrendo dejando su propio testimonio grabado sobre el muro.
El estallido inmortalizaría tres siluetas y daría luego a Bradbury un motivo para componer su relato. Eso, y el poema de Sara Teasdale que lleva el mismo nombre.
Nosotros (aquí en Revista Bifrontal) ciertamente «padecemos» una extraña obsesión por los paisajes desiertos. Las ruinas no dejan de llamarnos, de «seducirnos» desde los rincones más extraños.
Padecemos una extraña fiebre por lo recóndito, por la belleza más extraña e «imperfecta».
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«Cuando ya no estés», impresionante y hermoso proyecto fotográfico de Álvaro Sánchez-Montañés. Un «viejo conocido» cuyo trabajo ya hemos reseñado en otra ocasión y quien vuelve ahora a entregarnos esa misteriosa belleza de la ruina. De lo que alguna vez tuvo una historia.
Lugares que importaron y significaron tanto como para ser construidos; los mismos sitios que, ya más tarde -decepcionados y arruinados sus viejos pobladores- murieron de abandono…
Tal vez sea cierto el viejo refrán que reza: «Ojos que no ven, corazón que no siente».
Supongo que nunca he querido que la fotografía sea la que pague mis facturas. En cualquier caso me considero ingeniero cuarenta horas a la semana….fotógrafo el cien por ciento de mi tiempo.
Álvaro Sánchez-Montañés
Supongo que nunca he querido que la fotografía sea la que pague mis facturas. En cualquier caso me considero ingeniero cuarenta horas a la semana….fotógrafo el cien por ciento de mi tiempo.
Álvaro Sánchez-Montañés
Álvaro parece haberse propuesto dejarnos ver. Que nuestros ojos conozcan -de antemano- nuestra propia ruina. La profecía de un mundo que al que ya después no tendremos ocasión de admirar, ni mucho menos de disfrutar. Un mundo al que sólo hemos convertido en un vertedero inhabitable, plagado de hierro y hormigón bajo la consigna del «profit».
«Cuando ya no estés», hermoso registro de la huella humana. Testimonio de nuestra condena irremediable al olvido. A los estragos del tiempo que es, también en sí mismo, un desastre por venir…
#creemosenelasombro
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