No hay nada que revele mejor nuestra verdadera naturaleza como nuestro deseo y la forma en la que agenciamos -también- nuestro goce.
Hans Rickheit – Erotismo onírico y cuerpo sin órganos
Es el cuerpo el que acaba siempre por rebelarse. Escapando a las míseras restricciones, a todas aquellas prohibiciones que buscan extinguir -o por lo menos difuminar- las exigencias de los impulsos.
Sin embargo, existe también una especie de placer torcido -una forma de la perversión, incluso- en jugar a la prohibición como tentación.
Lo que resulta de todo esto no es más que un juego del gato y el ratón. Exigir una frontera que a fin de cuentas será traspasada, explícita o solapadamente, por los entusiastas de la transgresión. Por todos aquellos que se han visto volcados a convertir el deseo en un “artefacto” monstruoso. Ya sea como objeción ante los moralismos, o incluso como satisfacción orgásmica ante la oportunidad de rozar lo obsceno sin apenas tocarlo. Ese juego de tentar el castigo rayando solapadamente lo prohibido…
Así, no es “perverso” precisamente el transgresor. Todo lo contrario, es “perverso” aquél que busca la imposición de la censura. Quien inconforme y molesto con su propia naturaleza, busca destajar el deseo del otro castrando su natural impulso por la búsqueda del placer.
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La naturaleza del placer convertida en “búsqueda malsana” produce monstruos…
La censura y la prohibición, incluso la modulación del placer por parte de poderes omnívoros (estado o clero) encuentra como respuesta efectiva fenómenos transgresores cada vez más incisivos, y sin embargo, igualmente redituables.
En Japón, por ejemplo, la Eirin (una de las instituciones encargadas de censurar producciones gráficas, televisivas y cinematográficas frente a la exposición de los genitales humanos) cobraba a principios del año 2000 unos 100 yenes por metro de cinta fílmica revisada, lo cual se traduce en unos 246.000 yenes por una película de duración media. ¡Todo un negocio!
No hace falta buscar mucho para darse cuenta de que cualquier ejercicio de poder requiere siempre un ejercicio de control: Lo que se puede decir; lo que se puede pensar; lo que se puede hacer y sobre todo, lo que es lícito desear…
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Controlar el deseo a través del tabú: Prohibida la disidencia, prohibido el consumo de sustancias psicoactivas, prohibido la búsqueda del placer a través del cuerpo -y así sucesivamente- como una manera de imponer una agenda gubernamental o religiosa.
La uniformidad del pensamiento o la uniformidad de lo permitido hace más fácil encontrar y procesar a quien disiente, al “monstruo” que atenta contra las buenas costumbres o la moral pública y al mismo tiempo, convertirlo en figura ejemplarizante para todo aquél que intente seguirlo.
Los beneficiarios del tabú se complacen en dictar los límites, y cuando nuestro cuerpo no aguanta más y busca entonces bordear fronteras, nuestro deseo nos hace réprobos ante sus ojos; se hace “fetiche” ante la mirada atónita de aquellos puritanos de salón.
Daikichi Amano representa magníficamente la figura del contestatario, el rebelde que busca modelar el erotismo rayando de manera sublime y grotesca lo prohibido (prohibido sobre todo dentro de la cultura japonesa) tomando provecho de la genialidad de algunos directores y productores de cine nipón quienes, ante la prohibición de mostrar de manera explícita los genitales humanos, comenzaron a utilizar prótesis sintéticas, o simplemente, a reemplazarlas por prótesis animales (pulpos particularmente) recordando así la famosa xilografía erótica “El sueño de la esposa del pescador” (“Los pulpos y la buceadora”) de Katsushika Hokusai.
Esperamos que disfrutes (tanto como nosotros) esta “horrorosa” cara de la belleza…
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