Yo crecí con miedo, y desde entonces he vivido con miedo. Medellín no ha sido otra cosa más que el carnaval burlesco del horror…
Uno entiende su historia cuando la relata; y también cuando la escucha en las voces de otros como si fuera un espejo que se mira desde una perspectiva diferente.
Este ejercicio es la catarsis de un miedo que ha envejecido conmigo y que, paradójicamente, se ha ido renovando en otros; pero en esos otros reconozco una cara conocida que ha mutado en las múltiples máscaras de lo mismo.
Medellín es un horror que no cesa; la pesadilla informe atrincherada en montañas y barriales, lo que se nombra de pasada en las conversaciones de sala un domingo por la tarde; el reporte de medicina legal, la morgue, las casas de pique, el paraco sin rostro, el atracador que sale a las carreras. La Medellín que llevo conmigo es la que explotaba cada noche; la del Escobar-Demonio que se fue modelando en mi cabeza como un poder maligno, un Satanael que todo lo podía.
Mi generación y yo nacimos del miedo, del “después de las seis nadie sale”…
Aquí no hay crónica ni genealogía; no hay propósito más allá de la simple catarsis.
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La Medellín que llevo conmigo es la que explotaba cada noche; la del Escobar-Demonio que se fue modelando en mi cabeza como un poder maligno, un Satanael que todo lo podía.
La Medellín que llevo conmigo es la que explotaba cada noche; la del Escobar-Demonio que se fue modelando en mi cabeza como un poder maligno, un Satanael que todo lo podía.
Me viene el recuerdo de “Rodrigo D”. La vi siendo un adolescente pero la viví de oídas. A veces la vi en el atracador de buseta que me apuntó con su mini-uzi por robarme una cadena. La percibí en el capo de la mafia al que asesinaron a dos cuadras de mi casa y del que nunca (hasta ese día) supe nada.
Y de eso se trata todo este miedo; un sopor kafkiano. Todo este horror me ha sobrevolado siempre como una mala noticia que se espera pero nunca llega.
O va llegando a traguitos; dosificado, doloroso, punzante, aterrador…
Muy pocas veces viví el miedo de frente. Siempre fue a cuentagotas. Y es verdad, sobreviví a la explosión de un petardo pero nunca presencié una masacre (por ejemplo). Siempre me pudo más el miedo a la sombra que la sombra misma, así la sombra, en toda la extensión de su realidad, fuera mucho más macabra de lo que jamás pude haberme imaginado.
Yo crecí con miedo… Y desde entonces he vivido con miedo… Medellín no ha sido otra cosa más que el carnaval burlesco del horror (en todas sus manifestaciones). Ha cambiado el parlache, las preferencias musicales han variado. Medellín fue capital del tango, de la salsa, y después del punk y del metal. Ahora lo es del regguetón…
Medellín no es una ficción. “Rodrigo D” y “La Sierra”, la repetición incesante de un dolor al que no le pasan los años
Medellín no es una ficción. “Rodrigo D” y “La Sierra”, la repetición incesante de un dolor al que no le pasan los años
Pero debajo de la máscara siempre aguarda el mismo terror. Cada vez más frío, más homicida, más punzante.
Quiero a Medellín, pero le tengo miedo… Mucho miedo.
Medellín no es una ficción. “Rodrigo D” y “La Sierra”, la repetición incesante de un dolor al que no le pasan los años (únicamente la luz).
Recuerdo que me alegré el día en que mataron a Escobar. Mi demonio había muerto, y con él (creí ingenuamente) había muerto el miedo.
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Pero toda infancia es de una ingenuidad falaz. El miedo se dispersó en otras caras. Se hizo fuerte en miedos más distantes e incisivos. Se transformó en milicianos, en convivir. Lo vi repetirse el día en que mataron a Andrés Escobar, uno de los ídolos de mi niñez. O cuando escuché que habían matado a no sé cuántos en no sé qué esquina o taberna. Lo vi muchas veces en el terror a que me confundieran con otro y me pegaran un tiro en la nuca. Porque si; porque “pailas monito”…
Vi al miedo transfigurarse en militares, toques de queda, en “mijo, le acaban de robar el carro a su tío”.
El miedo se dispersó en otras caras. Se hizo fuerte en miedos más distantes e incisivos. Se transformó en milicianos, en convivir
El miedo se dispersó en otras caras. Se hizo fuerte en miedos más distantes e incisivos. Se transformó en milicianos, en convivir
El miedo se repitió en “La trece”; en todas las operaciones “Orión” (conocidas e ignoradas). Lo escuché, acorralado entre el rumor de las “fronteras invisibles”, en el “mataron a un niño porque se quedó dormido en el bus y se bajó en el barrio que no era”.
Quiero a Medellín… Odio a Medellín… Maldita Medellín, tan víctima y tan victimaria…
Medellín, a solas contigo… A solas contigo me encantan tus alumbrados, tu metro y tu tranvía… Medellín, a solas contigo me dan miedo tus bestialidades. La crueldad informe que nunca se acaba, no importa qué tan educada, qué tan bonita, qué tan “tacita de plata” te veás.
Medellín no es una ficción… Aquí no hay quién dure con tanto miedo encima.
#creemosenelasombro
Autor: @Un_Tal_Cioran
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